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UNO MÁS

Todos duermen. Esta especie de inviernoamedias no me acaba de convencer mientras el gato ronca a mis pies en una especie de apnea nocturna. Hoy he muerto mil muertes en un continuo trágico de delirios. Parece que he venido persiguiéndome: intenté escapar pero me traje en la maleta, aplastada entre unas botas, ocupando el espacio del suplemento de zinc que debí haberme tomado y la amnesia selectiva, tuve que pagar exceso de equipaje. Yo no duermo. Hoy no. Necesito un silencio que no llega o por lo menos el sopor inevitable de la somnolencia pero hago tanto ruido, he venido a distraerme, a dar gritos desde adentro, a profanar mis sueños. He venido para fastidiarme, para recordarme. He venido disfrazada, como si no fuera capaz de reconocerme por mis viejas mañas.

MEJOR COLORADO UN RATO

Hasta ahora entiendo lo que vos en serio me decías. Incluso los esclavos aman sus cadenas y como por hacer el ejercicio, tendré que recordar las mil veces que reputié por haber metido mi larga nariz entre semejante arenero, con esa puta lluvia que no deja de caer todos los días y todas las mañanas, madrugar siempre en ese martes eterno y sin descanso a tomar el café espantoso del hotel, preparado sin cariño. Escuchar por horas y horas los comentarios en el radio, esperando encontrar alguna noticia interesante, una pelea que justificara el tedio y el ruido o por lo menos una lancha varada pidiendo auxilio. Mucho sudor y una que otra lágrima. Un universo paralelo donde el mundo real se hace borroso y se disuelve en el mar temperamental y caprichoso, como una vieja neurótica, como yo. Todos personajes en una tragicomedia donde nos obligamos a vivir juntos, a vernos las caras de sueño en el desayuno, las de cansancio en la cena, a comer mierda al almuerzo, sazonada con arena, bichos, agua
He perdido la cuenta porque ya han sido suficientes quejas. Cada cual tiene su argumento, habría que defenderlos a todos o callarlos a todos, funciona igual por alguna ley física en la que tanto ruido se cancela, este cacareo constante que aturde. He olvidado mis antiguas prioridades, se han disuelto en el paisaje borroso de esta ciudad.

MUTANTES

Son las nueve de la noche y hace poco se ha ocultado el sol. Afuera, en la calle, un hombre con una canasta vende tamales oaxaqueños, lleva 15 minutos gritando las ventajas cualitativas de sus ricos, frescos, deliciosos tamales para toda la familia. Aún me parece extraño que pueda oírlo casi como si gritara frente a mi ventana, porque vivo en el piso 11, pero siempre pasa igual, el ruido de la calle es constante y cercano. Me desespera básicamente porque me conmueve, si no fuera porque no me gustan los tamales, bajaría a comprarle media canasta. No lo puedo evitar, todos los que venden comida en la calle me producen una extraña compasión, los imagino en su casa a las 3 de la mañana, levantados haciendo masas y empacando en bolsitas o en hojas de plátano, horneando, revolviendo, poniendo la comida en sus viejas canastas para salir a recorrer la ciudad desde el amanecer con sus tamales o envueltos o lo que la culinaria local caprichosamente decida. Me pasa igual con el señor de las galle

A ustedes

Tendría que irme todos los días para despedirnos cada tarde, para recordar que mañana podríamos no vernos, podría ser la última vez. Para no darnos por hecho. Para no tener que extrañarlos. A los que son, a los que están, a los que nunca fueron, a los que no estuvieron, las vidas que no vivimos, los caminos que olvidamos, los lugares a los que no regresaremos, a todos los que me he traído conmigo, que tanto los quiero aunque a veces lo olvide. Hace calor y llueve, el gato está dormido sobre la cama como siempre y no quisiera que me mandaran en una maleta bonbonbunes, arepas ni chocolatinas jet, no me gustan. Quisiera que me trajeran de regreso sus palabras, su presencia. No he vuelto a escribir por la pereza, por la anestesia, por no dejar que se me vaya la inspiración de este intento, por no extrañarlos, para que no se me agüen los ojos. Los llevo conmigo, los respiro incluso en este aire que parece una nata espesa sobre la ciudad, tan parecida pero tan diferente.

TRES MESES DESPÚES

Extraño que alguien se sepa mi nombre. Las caras conocidas. La anciana tuerta de la tienda del frente que nunca tiene leche. El vecino de abajo que llama a chiflidos al del apartamento de arriba, los domingos en la mañana. El estúpido celular que suena sin parar. Los días nublados, el frío, los zapatos mojados. Extraño que alguien me salude al llegar.