MUTANTES

Son las nueve de la noche y hace poco se ha ocultado el sol. Afuera, en la calle, un hombre con una canasta vende tamales oaxaqueños, lleva 15 minutos gritando las ventajas cualitativas de sus ricos, frescos, deliciosos tamales para toda la familia. Aún me parece extraño que pueda oírlo casi como si gritara frente a mi ventana, porque vivo en el piso 11, pero siempre pasa igual, el ruido de la calle es constante y cercano. Me desespera básicamente porque me conmueve, si no fuera porque no me gustan los tamales, bajaría a comprarle media canasta. No lo puedo evitar, todos los que venden comida en la calle me producen una extraña compasión, los imagino en su casa a las 3 de la mañana, levantados haciendo masas y empacando en bolsitas o en hojas de plátano, horneando, revolviendo, poniendo la comida en sus viejas canastas para salir a recorrer la ciudad desde el amanecer con sus tamales o envueltos o lo que la culinaria local caprichosamente decida. Me pasa igual con el señor de las galletas integrales que ofrece muestras gratis a los que cruzan por la puerta de los viveros. Debo confesar que sus galletas son buenas y justifican la charla del vendedor y sus datos sobre los beneficios de la fibra.

Llevamos 9 días de cuarentena voluntaria, saliendo solo cuando es estrictamente necesario. Afuera, la gente con tapabocas y los noticieros locales con sus informes diarios sobre el avance de la epidemia. En internet se tejen mil conspiraciones al respecto, desde las más plausibles hasta las más extrañas que me recuerdan mucho los cuentos de Asimov que leía cuando estaba pequeña. Da igual, podemos quedarnos en casa y pasar impunes la gripa, sin mayores síntomas que los producidos por el calor del medio día, que impide pensar con claridad, aunque cualquiera se confunde, porque desde que llegué a esta ciudad no me deja de sangrar la nariz, el ambiente es demasiado seco. Las frutas se petrifican sin que intenten siquiera podrirse.

Mientras algunos se mueren en los hospitales porque llegaron demasiado tarde y otros hablan de un nuevo orden mundial regido por perversos magnates, el señor sigue gritando y caminando todas las noches intentando vender sus tamales de cochinito.

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